Jesús y la samaritana

Una mujer samaritana
llegó para sacar agua
y Jesús le dijo:
«Dame de beber».
En aquel momento
se habían ido sus discípulos al pueblo a hacer compras.
La samaritana le dijo:
«¿Cómo tú, que eres judío
me pides de beber a mí,
que soy una mujer samaritana?»

En aquel momento
se habían ido sus discípulos al pueblo a hacer compras.
La samaritana le dijo:
«¿Cómo tú, que eres judío
me pides de beber a mí,
que soy una mujer samaritana?».

Jesús le contestó:
«Si conocieras lo que Dios te quiere dar
y quién es el te pide de beber
tú misma le pedirías a Él
y Él te daría agua viva».
Ella le dijo
Señor, no tienes cón qué sacar agua
y este pozo es profundo
donde vas a sacar ese agua viva?»

Iba Él tan cansado como otras veces,
aunque otras veces
no hubiera reparado,
en que sin darse cuenta,
sin reparar en ello,
con el gesto cansado,
con demasiada sed,
estaba junto a un pozo,
pidiéndole a una mujer:
Agua, agua, agua, agua para beber.

Señor dame de beber,
para vivir en Ti,
para que no tenga más sed.

Ella miro dos veces antes de hablar,
desairada la primera,
la segunda extrañada,
no en vano y echando
mano de la tradición,
no debería volársenos,
tan poco este detalle,
no de importancia menor.
Entre judío y samaritana
no, no era propicia la conversación.

Señor dame de beber,
para vivir en Ti,
para que no tenga más sed.

Después de conocerse una palabra
sirvió de aclaración,
entre las mejores aguas,
estaba la de este pozo,
la del padre Jacob,
entonces dijo Él con una sonrisa:
«Mi agua es agua viva»,
la mujer puso raro gesto,
«hondo manantial de donde
nace la vida».

Señor dame de beber,
para vivir en Ti,
para que no tenga más sed.

En su boca samaritana brotó
una sonrisa de agua.
Mientras caminaba con un pozo en las entrañas,
cuando la tarde ya se apagaba.
y Jesús iría a Galilea,
a los pocos días por la mañana.

Texto y música: Antonio J. Caballero